Bloque 5
Los antihéroes.
Los
antihéroes.
En la prosa literaria del
siglo XVI, cabe distinguir dos grandes corrientes: la narrativa idealista y la
narrativa realista. Esta última tiene su mejor exponente en la novela picaresca. La narrativa
idealista tiene como géneros representativos a la novela pastoril, la morisca y
la bizantina.
Junto a estos géneros destaca una obra singular: el Lazarillo de Tormes,
germen de la novela picaresca.
Los géneros novelescos en auge
durante el siglo XVI corrieron distinta suerte: mientras
que la novela bizantina fue muy apreciada, la novela de caballerías y la
pastoril desaparecieron.
La novela picaresca, por su par te, se afianzó.
Mención aparte merece la
novela corta, muy apreciada a lo largo de todo el siglo y cultivada por autores
como Miguel de Cervantes (Novelas
ejemplares) y María de Zayas (Desengaños amorosos).
La obra maestra de la narrativa de esta época es el Quijote, de Cervantes.
La literatura picaresca basó
su originalidad en la creación de un personaje con
tintes atrevidos y nuevos, el antihéroe, una especie de héroe venido desde la
cultura popular y que se contraponía a la hipocresía y vida fácil de los
caballeros y nobles de la época.
Luego, el
antihéroe cambió hasta convertirse en un personaje
del realismo grotesco —mucho más crítico y que deformaba la
realidad—. Sin embargo, es en la picaresca
donde el antihéroe cobró notoriedad, y en la que, con el recurso del humor y la
ironía, era capaz de salvarse de las peripecias que le acontecían en la ficción
al criticar a la sociedad rígida y a la vez caótica en que vivían sus autores.
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
XXII
De
la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los
llevaban donde no quisieran ir.
Cuenta
Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima,
altisonante, mínima, dulce e imaginada historia, que […] don Quijote alzó los
ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie,
ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos
con esposas a las manos. Venían asimismo con ellos dos hombres de a caballo y
dos de a pie; los de a caballo con escopetas de rueda, y los de a pie, con
dardos y espadas; y que así como Sancho Panza los vido, dijo:
—Esta
cadena es de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.
—¿Cómo
gente forzada? —preguntó don Quijote—. ¿Es posible que el rey haga fuerza a
ninguna gente?
—No
digo eso —respondió Sancho—, sino que es gente que por sus delitos va condenada
a servir al rey en las galeras, de por fuerza.
—En
resolución —replicó don Quijote—, como quiera que ello sea, esta gente, aunque
los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad.
—Así
es —dijo Sancho.
—Pues
desa manera —dijo su amo—, aquí encaja la ejecución de mi oficio: deshacer
fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.
—Advierta
vuestra merced —dijo Sancho— que la justicia, que es el mismo rey, no hace
fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus
delitos.
Llegó, en esto, la cadena de los galeotes, y don
Quijote, con muy corteses razones, pidió a los que iban en su guarda fuesen
servidos de informalle y decille la causa o causas porque llevaban aquella
gente de aquella manera. Una de las guardas de a caballo respondió que eran
galeotes: gente de su Majestad que iba a galeras, y que no había más que
decir, ni él tenía más que saber.
—Con todo eso —replicó don Quijote—, querría saber
de cada uno dellos en particular la causa de su desgracia.
Añadió a estas
otras tales y tan comedidas razones para moverlos a que le dijesen lo que
deseaba, que la otra guarda de a caballo le dijo:
—Aunque
llevamos aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno de estos
malaventurados, no es tiempo este de detenernos a sacarles ni a leerllas:
vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mesmos, que ellos lo dirán si
quisieren; que sí querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías.
Con esta
licencia que don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la cadena
y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa. Él le respondió que por
enamorado iba de aquella manera.
—¿Por eso no
más? —replicó don Quijote—. Pues si por enamorados echan a galeras, días ha que
pudiera yo estar bogando en ellas.
—No son los
amores como los que vuestra merced piensa —dijo el galeote—; que los míos
fueron que quise tanto a una canasta de colar atestada de ropa blanca, que la
abracé conmigo tan fuertemente, que a no quitármela la justicia por fuerza, aún
hasta agora
no la hubiera dejado de mi voluntad […]
Lo mesmo preguntó
don Quijote al segundo, el cual no respondió palabra, según iba de triste y
melancólico; más respondió por él el primero, y dijo:
—Este, señor,
va por canario, digo por músico y cantor.
—Pues ¿cómo? —replicó
don Quijote—. ¿Por músicos y cantores van también a galeras? […]
Mas uno de los
guardas le dijo:
—Señor
caballero, cantar en el ansia se dice entre esta gente non santa confesar en
el tormento. A este pecador le dieron tormento y confesó su delito, que era
ser cuatrero, que es ser ladrón de bestias, y por haber confesado le condenaron
por seis años a galeras, amén de doscientos azotes, que ya lleva en las
espaldas; y va siempre pensativo y triste porque los demás ladrones que allá
quedan y aquí van le maltratan y aniquilan, y escarnecen, y tienen en poco, porque
confesó y no tuvo ánimo de decir nones. Porque dicen ellos que tantas letras
tienen un no como un sí. […]
—Y yo lo
entiendo así —respondió don Quijote.
El cual,
pasando al tercero, preguntó lo que a los otros; el cual, de presto y con mucho desenfado,
respondió y dijo:
—Yo voy por
cinco años a las señoras gurapas por faltarme diez ducados.
—Yo daré veinte
de muy buena gana —dijo don Quijote— por libraros desa pesadumbre.
[…]
Pasó don
Quijote al cuarto, que era un hombre de venerable rostro, con una barba blanca
que le pasaba del pecho; el cual, oyéndose preguntar la causa porque allí
venía, comenzó a llorar y no respondió palabra; mas el quinto condenado le
sirvió de lengua, y dijo:
—Este hombre
honrado va por cuatro años a galeras, habiendo paseado las acostumbradas,
vestido, en pompa y a caballo.
—Eso es —dijo Sancho Panza—, a lo
que a mí me parece, haber salido a la vergüenza.
—Así es —replicó el galeote—; y la culpa porque le dieron
esta pena es por haber sido corredor de oreja, y aun de
todo el cuerpo. En efecto, quiero decir que este caballero
va por alcahuete, y por tener asimismo sus puntas y collar
de hechicero.
—[…] Solo digo ahora que la pena que me ha causado ver
estas blancas canas y este rostro venerable en tanta fatiga,
por alcahuete, me la ha quitado el adjunto de ser hechicero.
Aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que
puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples
piensan; que es libre nuestro albedrío, y no hay yerba ni
encanto que le fuerce. […]
Tras todos estos venía un hombre de muy buen parecer,
de edad de treinta años, sino que al mirar metía el un ojo
en el otro un poco. Venía diferentemente atado que los
demás, porque traía una cadena al pie, tan grande que
se le liaba por todo el cuerpo […]. Preguntó don Quijote
que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más
que los otros. Respondiole la guarda: porque tenía aquel
solo más delitos que todos los otros juntos, y que era tan
atrevido y tan grande bellaco, que aunque le llevaban de
aquella manera, no iban seguros del, sino que temían que
se les había de huir.
—¿Qué delitos puede tener —dijo don Quijote—, si no
han merecido más pena que echalle a las galeras?
—Va por diez años —replicó la guarda—, que es como
muerte civil. No se quiera saber más sino que este buen
hombre es […] Ginesillo de Paradilla.
—[…] Señor caballero si tiene algo que darnos, dénoslo
ya, y vaya con Dios, que ya enfada con tanto querer saber
vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que soy Ginés
de Pasamonte, cuya vida está escrita por estos pulgares.
—Dice verdad —dijo el comisario—: que el mesmo ha escrito
su historia, que no hay más, y deja empeñado el libro
en la cárcel, en doscientos reales. […]
—Hábil pareces —dijo don Quijote.
—Y desdichado —respondió Ginés—; porque siempre las
desdichas persiguen el buen ingenio.
—Persiguen a los bellacos —dijo el comisario.
—Ya le he dicho, señor comisario —respondió Pasamonte—,
que se vaya poco a poco […].
Alzó la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte,
en respuesta a sus amenazas; mas don Quijote se puso
en medio, y le rogó que no le maltratase, pues no era
mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese
algún tanto suelto la lengua. Y volviéndose a todos los
de la cadena, dijo:
—De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos,
he sacado en limpio que, aunque os han castigado por
vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan
mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy
contra vuestra voluntad; y que podría ser que el poco ánimo
que aquel tuvo en el tormento, la falta de dineros déste,
el poco favor del otro, y, finalmente, el torcido juicio
del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición, y de no
haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades.
Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria,
de manera que me está diciendo, persuadiendo, y aun
forzando, que muestre con vosotros el efecto para que el
Cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él la orden
de caballería que profeso, y el voto que en ella hice
de favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores.
Pero, porque sé que una de las partes de la prudencia es
que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal,
quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean
servidos de desataros y dejaros ir en paz; que no faltarán
otros que sirvan al rey, en mejores ocasiones; porque me
parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza
hizo libres.
Cuanto más, señores guardas –añadió don Quijote-, que
estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá
se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo,
que no se descuida de castigar al malo, ni de premiar al
bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos
de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido
esto con esta mansedumbre y sosiego porque tenga, si lo
cumplís, algo que agradeceros; y cuando de grado no lo
hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo,
harán lo que hagáis por la fuerza.
—¡Donosa majadería! —respondió el comisario—, […]
¡Los forzados del rey quiere que le dejemos, como si tuviéramos
autoridad para soltarlos, o él la tuviera para
mandárnoslo! Váyase vuestra merced, señor, norabuena
su camino adelante, y enderécese ese bacín que trae en la
cabeza, y no ande buscando tres pies al gato.
—¡Vos sois el gato, y el rato, y el bellaco! —respondió don
Quijote.
Y, diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto, que,
sin que tuviese lugar de ponerse en defensa, dio con él en
el suelo, malherido de una lanzada; y avínole bien; que este
era el de la escopeta. Las demás guardas quedaron atónitas
y suspensas del no esperado acontecimiento; pero, volviendo
sobre sí, pusieron mano a sus espadas los de a caballo,
y los de a pie a sus dardos, y arremetieron a don Quijote,
que con mucho sosiego los aguardaba; y sin duda lo pasara
mal, si los galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía de
alcanzar la libertad, no la procuraran, procurando romper
la cadena donde venían ensartados. Fue la revuelta de manera
que las guardas, ya por acudir a los galeotes, que se
desataban, ya por acometer a don Quijote, que los acometía,
no hicieron cosa que fuese de provecho. […]—Así es —replicó el galeote—; y la culpa porque le dieron
esta pena es por haber sido corredor de oreja, y aun de
va por alcahuete, y por tener asimismo sus puntas y collar
de hechicero.
—[…] Solo digo ahora que la pena que me ha causado ver
estas blancas canas y este rostro venerable en tanta fatiga,
por alcahuete, me la ha quitado el adjunto de ser hechicero.
Aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que
puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples
piensan; que es libre nuestro albedrío, y no hay yerba ni
encanto que le fuerce. […]
Tras todos estos venía un hombre de muy buen parecer,
de edad de treinta años, sino que al mirar metía el un ojo
en el otro un poco. Venía diferentemente atado que los
demás, porque traía una cadena al pie, tan grande que
se le liaba por todo el cuerpo […]. Preguntó don Quijote
que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más
que los otros. Respondiole la guarda: porque tenía aquel
solo más delitos que todos los otros juntos, y que era tan
atrevido y tan grande bellaco, que aunque le llevaban de
aquella manera, no iban seguros del, sino que temían que
se les había de huir.
—¿Qué delitos puede tener —dijo don Quijote—, si no
han merecido más pena que echalle a las galeras?
—Va por diez años —replicó la guarda—, que es como
muerte civil. No se quiera saber más sino que este buen
hombre es […] Ginesillo de Paradilla.
—[…] Señor caballero si tiene algo que darnos, dénoslo
ya, y vaya con Dios, que ya enfada con tanto querer saber
vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que soy Ginés
de Pasamonte, cuya vida está escrita por estos pulgares.
—Dice verdad —dijo el comisario—: que el mesmo ha escrito
su historia, que no hay más, y deja empeñado el libro
en la cárcel, en doscientos reales. […]
—Hábil pareces —dijo don Quijote.
—Y desdichado —respondió Ginés—; porque siempre las
desdichas persiguen el buen ingenio.
—Persiguen a los bellacos —dijo el comisario.
—Ya le he dicho, señor comisario —respondió Pasamonte—,
que se vaya poco a poco […].
Alzó la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte,
en respuesta a sus amenazas; mas don Quijote se puso
en medio, y le rogó que no le maltratase, pues no era
mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese
algún tanto suelto la lengua. Y volviéndose a todos los
de la cadena, dijo:
—De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos,
he sacado en limpio que, aunque os han castigado por
vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan
mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy
contra vuestra voluntad; y que podría ser que el poco ánimo
que aquel tuvo en el tormento, la falta de dineros déste,
el poco favor del otro, y, finalmente, el torcido juicio
del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición, y de no
haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades.
Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria,
de manera que me está diciendo, persuadiendo, y aun
forzando, que muestre con vosotros el efecto para que el
Cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él la orden
de caballería que profeso, y el voto que en ella hice
de favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores.
Pero, porque sé que una de las partes de la prudencia es
que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal,
quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean
servidos de desataros y dejaros ir en paz; que no faltarán
otros que sirvan al rey, en mejores ocasiones; porque me
parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza
hizo libres.
Cuanto más, señores guardas –añadió don Quijote-, que
estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá
se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo,
que no se descuida de castigar al malo, ni de premiar al
bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos
de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido
esto con esta mansedumbre y sosiego porque tenga, si lo
cumplís, algo que agradeceros; y cuando de grado no lo
hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo,
harán lo que hagáis por la fuerza.
—¡Donosa majadería! —respondió el comisario—, […]
¡Los forzados del rey quiere que le dejemos, como si tuviéramos
autoridad para soltarlos, o él la tuviera para
mandárnoslo! Váyase vuestra merced, señor, norabuena
su camino adelante, y enderécese ese bacín que trae en la
cabeza, y no ande buscando tres pies al gato.
—¡Vos sois el gato, y el rato, y el bellaco! —respondió don
Quijote.
Y, diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto, que,
sin que tuviese lugar de ponerse en defensa, dio con él en
el suelo, malherido de una lanzada; y avínole bien; que este
era el de la escopeta. Las demás guardas quedaron atónitas
y suspensas del no esperado acontecimiento; pero, volviendo
sobre sí, pusieron mano a sus espadas los de a caballo,
y los de a pie a sus dardos, y arremetieron a don Quijote,
que con mucho sosiego los aguardaba; y sin duda lo pasara
mal, si los galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía de
alcanzar la libertad, no la procuraran, procurando romper
la cadena donde venían ensartados. Fue la revuelta de manera
que las guardas, ya por acudir a los galeotes, que se
desataban, ya por acometer a don Quijote, que los acometía,
no hicieron cosa que fuese de provecho. […]
Y llamando a
todos los galeotes, que andaban alborotados y habían despojado al comisario
hasta dejarle en cueros, se les pusieron todos a la redonda para ver lo que les
mandaba, y así les dijo:
—De gente bien
nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a
Dios ofende es la ingratitud. Dígolo porque ya habéis visto señores, con
manifiesta experiencia, el que de mí habéis recebido, en pago del cual querría,
y es mi voluntad, que, […] os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso, y
le digáis, y le contéis punto por punto todos los que ha tenido esta famosa
aventura hasta poneros en la deseada libertad; y hecho esto, os podréis ir
donde quiséredes, a la buena ventura.
Respondió por
todos Ginés de Pasamonte, y dijo:
—Lo que vuestra
merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposible de toda
imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos, sino
solos y divididos, y cada uno por su parte procurando meterse en las entrañas
de la tierra, por no ser hallado por la Santa Hermandad, que, sin duda alguna,
ha de salir en nuestra busca. […]
—Pues voto a
tal —dijo don Quijote, ya puesto en cólera- […] don Ginesillo de Piropillo, o
como os llaméis que habéis de ir vos solo, rabo entre piernas, con toda la
cadena a cuestas.
Pasamonte, que
no era nada bien sufrido, estando ya enterado que don Quijote no era muy
cuerdo, pues tal disparate había acometido como el de querer darles libertad,
viéndose tratar de aquella manera, hizo del ojo a los compañeros, y
apartándose aparte, comenzaron a llover tantas piedras sobre don Quijote, que
no se daba manos a cubrirse con la rodela; y el pobre de Rocinante no
hacía más caso de la espuela que si fuera hecho de bronce. Sancho se puso tras
su asno, y con él se defendía de la nube y pedrisco que sobre entrambos llovía.
[…]
Solos quedaron jumento
y Rocinante, Sancho y don Quijote; el jumento, cabizbajo y pensativo,
sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensando que aún no había cesado la borrasca de las piedras, que le perseguían los
oídos; Rocinante, tendido junto a su amo, que también vino al suelo de otra
pedrada; Sancho, desnudo, y temeroso de la Santa Hermandad; don Quijote, mohinísimo de verse tan malparado por los
mismos a quien tanto bien había hecho.
La novela
picaresca.
Las obras en contexto.
El período
desde el siglo XVI al XVIII, minado de conflictos políticos y militares, es
paradójicamente conocido como el Siglo de Oro Español, debido al esplendor
cultural obtenido en las artes y humanidades. Ochenta y dos años transcurrieron
entre la primera impresión del Lazarillo de Tormes (1533) y la
publicación de la segunda parte de El Quijote de la Mancha (1615).
Durante ese lapso, la situación política, económica y social de España sufrió
cambios radicales.
La crisis social .
Si bien durante
esa época se mantiene la división medieval en estamentos —nobleza, clero y
Estado llano—, aparecen cambios como consecuencia del movimiento de ascenso de
la burguesía. En el estrato de la nobleza, se distingue entre grandes títulos,
caballeros e hidalgos. El hidalgo empobrecido (como lo es don Quijote) goza
todavía de ciertos privilegios de su clase, pero al no poseer dinero, no tiene
poder.
En toda Europa,
la expropiación de tierras a los grandes feudos y la liberación del vasallo
dejan al campesinado sin la protección del señor. Una parte importante de este
sector social se convierte en «marginal». En España, las condiciones adversas
en que viven los campesinos traen como consecuencia que los campos se despueblen
y que grandes masas se trasladen a las ciudades. Desde fines del siglo XV y
durante todo el siglo XVI, la legislación europea evidencia la necesidad de
protegerse de estos vagabundos, pícaros y bandoleros.
Sumado a esto,
en el siglo XVII la sociedad española sufrió una grave crisis demográfica como
consecuencia de la expulsión de los moriscos (musulmanes españoles bautizados)
y la mortalidad originada por las guerras continuas, las hambrunas y las
pestes.
Esta época de ruptura del modelo
medieval y nacimiento de la sociedad de clases y la economía capitalista
provocó la aparición de obras que presentan diferentes versiones (de nostalgia,
de denuncia, de renovación) acerca de la realidad circundante
La
génesis de la novela moderna
La obra cumbre de Cervantes posee rasgos que la configuran como
la primera novela moderna.
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Autores y
obras clave.
Miguel
de Cervantes
Miguel de Cervantes Saavedra
nació en Alcalá de Henares en 1547. Tuvo una existencia colmada de aventuras y percances:
participó en la batalla de Lepanto (1571), lance que lo dejó imposibilitado de
la mano izquierda; padeció cautiverio en Argel; se estableció en Sevilla como
recaudador de impuestos, y la quiebra del banco donde guardaba las
recaudaciones le llevó a pasar tres meses en la cárcel. Finalmente, volvió a
Madrid, donde murió en 1616.
Cervantes es una figura cumbre
de la literatura universal. Su obra maestra, el Quijote,
se ha traducido a numerosas lenguas y algunos de los personajes creados por él
se han convertido
en prototipos de la condición humana.
La
producción literaria de Cervantes es extensa y abarca diversos géneros, entre
los que destacan el dramático y, sobre todo, el narrativo.
Comedias.
Destacan
las comedias de cautivos
|
como Los tratos de Argel o Los baños de Argel
|
y las comedias de costumbres
y enredo
|
entre las que se cuentan Pedro de Urdemalas o La entretenida.
|
Entremeses. Los
entremeses eran piezas de carácter cómico que se representaban en los
entreactos de las obras de mayor duración. Cervantes compuso ocho obras en
prosa y en verso. En ellas acudió a los tipos y temas del entremés anterior
|
pero supo dar
al género una profundidad enteramente nueva basada en buena medida en la
multiplicidad de significados que encierran sus obras.
|
La Numancia. En esta obra
se dramatiza el cerco a la ciudad ibera que llevan a cabo los romanos y la
defensa heroica de sus habitantes
|
quienes
finalmente deciden matarse entre sí. Es pieza de protagonismo colectivo
|
en la que
sitiadores y sitiados se presentan como modelos de comportamiento militar.
|
Novela. Cervantes
ensayó la mayoría de los géneros novelescos de su tiempo: la novela pastoril
|
la bizantina
|
la novela
corta y los libros de caballerías. En todos ellos abrió nuevos caminos.
|
El
género pastoril. La
primera novela de Cervantes
|
La
Galatea
|
fue
una novela pastoril. Dividida en seis libros
|
contiene
ingredientes diversos de acuerdo con las características del género: una
narración amorosa
|
disquisiciones
teóricas sobre el amor
|
una
extensa antología poética
|
discusiones
sobre poesía
|
crítica
literaria
|
entre
otros.
|
Las Novelas
ejemplares.
Esta obra se publicó en 1613. Se trata de una
colección de doce novelas cortas: La gitanilla, El amante liberal, Rinconete
y Cortadillo, La española inglesa, El licenciado Vidriera, La fuerza de la
sangre, El celoso extremeño, La ilustre fregona, Las dos doncellas, La señora
Cornelia, El casamiento engañoso y El coloquio de los perros (estas
dos últimas, en realidad, forman una sola novela).
En el prólogo,
el propio Cervantes encarece la novedad que supone su obra en el panorama de la
literatura española.
Con respecto a
la tradición de la novela breve europea, que tiene su más destacado
representante en el Decamerón de Boccaccio, la obra de Cervantes se
distingue por prescindir del marco narrativo en el que se insertaban los
relatos y por conceder una mayor atención a la caracterización psicológica de
los personajes. Otro rasgo peculiar es el propósito moralizante que explica el
apelativo de «ejemplares».
Heles dado nombre de ejemplares
y si bien lo miras
no hay ninguna de quien no se pueda
sacar algún ejemplo provechoso; y si no fuera por no alargar este sujeto
quizá te mostrara el sabroso y
honesto fruto que se podría sacar
así de todas juntas como de cada una
de por sí.
|
|
[…] yo soy el primero
que he novelado en lengua castellana
que las muchas novelas
que en ella andan impresas todas son traducidas de lenguas extranjeras
y estas son mías
propias
no imitadas ni
hurtadas: mi ingenio las engendró
y las parió mi pluma
y van creciendo en los
brazos de la estampa
|
.
Poemas.
Poemas morales
|
En
este extenso grupo, en su mayoría sonetos, el poeta reflexiona sobre las
virtudes, los vicios, la riqueza, la fortuna, el poder, entre otros.
|
Poemas
religiosos
|
Es
un grupo de poemas dedicados principalmente a pasajes o personajes del Antiguo y del Nuevo Testamento.
|
Poemas de circunstancia
|
Destacan los
poemas panegíricos y funerarios dedicados a personajes del pasado y del
presente. Son interesantes también las silvas (al inventor de la
artillería, al descubrimiento de los restos de un rey, al reloj de arena,
etc.).
|
Poemas metafísicos
|
Se denomina
así a un tipo de composiciones en las que se medita sobre la existencia
humana. La brevedad de la vida, la fugacidad del tiempo o la aceptación de
la muerte son temas habituales. La forma más común es el soneto.
|
Poemas amorosos
|
Quevedo
compuso numerosos poemas de amor, entre los que se incluye un ciclo dedicado
a una dama desconocida que recibe el nombre de Lisi. Intentó Quevedo
renovar la lírica amorosa renacentista por dos caminos distintos: mediante
hipérboles que intensifican las imágenes y por medio de una vuelta a la
violencia afectiva del llamado «amor cortés».
|
Poemas satíricos
|
Quevedo sintió especial gusto por la sátira, en la que podía
desplegar con mayor libertad sus experimentos verbales y poner de manifiesto
los defectos de la sociedad. Cualquier ser animado, oficio, actitud o situación
puede ser objeto de su sátira, habitualmente compuesta en sonetos, letrillas
y romances. He aquí un ejemplo.
|
Los antihéroes
evoluciona.
Con el paso del
tiempo, la literatura picaresca fue evolucionando y modificándose hasta dar
nueva forma al antihéroe, mucho más fuerte en sus peripecias y en la
exageración de sus acciones. El contexto histórico era el feudal, con una división
social rígida y liderada por la nobleza, el clero y los funcionarios públicos,
mientras que los campesinos estaban relegados y los mendigos, vagabundos y
villanos, prácticamente, olvidados. En ese ambiente del siglo XVI, se
desarrolló el realismo grotesco, que comenzó en la pintura y, luego, se
extendió a la literatura, y cuya expresión eran obras raras, feas, desordenadas
y monstruosas.
En el siglo XVII, lo grotesco rechazó las normas artísticas
establecidas en dicha época, mucho más conservadoras y lineales, pero, además,
a lo grotesco se lo entendía como algo cómico e incluso ridículo. La gran
diferencia con la literatura picaresca es que lo grotesco no posee un propósito
moral, ni se plantea una estructura formal demasiado rígida; más bien, se vale
de la caricatura y profundiza en la concepción de lo popular desde el punto de
vista de la fiesta, del carnaval, de la algarabía, de donde surgen los dramas y
la crítica social.
Características de lo grotesco.
El realismo
|
La novela
picaresca permitió que los autores se valieran de su
contexto o entorno para escribir sus historias; predominaron los lugares e
incluso los personajes de la vida real para plasmarlos en el papel. El
realismo dio paso a lo que se conoce como realismo grotesco.
|
Realismo
grotesco
|
El realismo y lo
grotesco se sirven del humor. Sin embargo, en lo
grotesco la comicidad se da por la exageración de la fealdad, por hacer
hincapié en lo monstruoso de la vida cotidiana y por la sobreexpresividad de
los personajes y las
acciones.
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Lo cómico
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En lo grotesco,
la risa surge desde el descontrol y la algarabía de lo
popular, expresados con énfasis en situaciones graciosas
y absurdas, siempre desde el plano de lo estéticamente desagradable para la
época.
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Hipérbole
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En la tragedia, las situaciones se
resolvían con dolor y con la muerte, mientras que en la comedia el héroe
cómico resolvía la situación con ideas fantásticas.
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Lo esperpéntico
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Se considera un
paso adelante con relación a lo grotesco. Nació por la
influencia del escritor español Ramón María del Valle-Inclán, quien trató de
llevar lo grotesco a un punto culminante, respetando la estructura clásica de la
escritura. Del Valle-Inclán explicaba así su propósito: «El
mundo de los esperpentos es como si los héroes antiguos se hubiesen deformado
en los espejos cóncavos de la calle, con un transporte grotesco, pero
rigurosamente geométrico. Y estos seres deformados son los héroes llamados a
representar una fábula clásica no deformada.
Son enanos y patizambos que juegan una tragedia».
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La diferencia
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Lo esperpéntico
se basa en el tremendismo —se deforma la realidad,
aparecen pesadillas e imágenes oníricas, se resquebraja
la cotidianidad— y ya no solo en
lo feo y cómico. Años después, el tremendismo se convirtió en un género por
sí mismo.
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Estructura y elementos narrativos.
Introducción .
Toda narración
cuenta una historia, y esa historia está integrada por una serie de acciones
que realizan o experimentan los personajes. Por lo general, las narraciones
suelen presentar un cambio de fortuna, el tránsito desde un estado de cosas
inicial hacia una nueva situación; por ejemplo, los cambios que sufre la vida
de un grupo de jóvenes internos en el colegio militar Leoncio Prado tras la
muerte de uno de ellos, tal como se cuenta en La ciudad y los perros (1963),
del peruano Mario Vargas Llosa.
La trama narrativa .
Toda narración
avanza mediante el paso de unas acciones a otras. En este sentido, resulta
fundamental el modo en que el autor vincula entre sí las diversas acciones,
desde el principio hasta el final de la obra. Esa estructura de
acontecimientos diseñada por el escritor, que los lectores recorremos de la
primera a la última página del cuento o la novela que estamos leyendo, recibe
el nombre de trama.
A la trama, o
sucesión de acciones tal como se presentan cuando la leemos, cabe exigirle
ciertos requisitos para que resulte satisfactoria. El más importante es el de
verosimilitud: las acciones y el modo en que se encadenan entre sí deben ser
creíbles. Para ello, el escritor debe recurrir a los principios de necesidad
y causalidad, de manera que los acontecimientos que suceden en su
relato resulten admisibles y no parezcan descabellados o ilógicos. Imaginemos
una novela policíaca en la que el misterio se resuelve de una manera
inadecuada, incurriendo en contradicciones o dejando hechos por explicar: la
obra no alcanza adecuadamente sus objetivos porque la trama no ha sido
elaborada de la forma apropiada.
Otro elemento
importante es el que los clásicos llamaban decoro; es decir, la relación
entre lo que se puede esperar de los personajes y lo que estos efectivamente
hacen. Cuando leemos la célebre aventura de don Quiote y los molinos de viento,
no encontramos en ella nada que la haga entrar en contradicción con lo que
llevamos visto hasta ese momento. Los hechos son extrañísimos, pero resultan
verosímiles, porque el autor ha presentado a su protagonista como un loco capaz
de hacer cosas como esa y aún más exageradas. Alguien que ha perdido el juicio
leyendo libros de caballerías, en los que aparecen terribles gigantes puede,
perfectamente, transformar los molinos de viento en esas criaturas fantásticas.
El autor respeta el decoro, no hace que su personaje actúe de un modo distinto
a como cabe esperar de él, y de ese modo el pasaje es admisible para los
lectores.
El final de una narración.
Del mismo modo que existe un amplio repertorio de principios
narrativos, los narradores también disponen de varias estrategias para
concluir. En general, podemos distinguir entre los relatos que se acaban
cuando la historia alcanza su resolución y los que llegan a su final antes de
que la historia esté completamente resuelta, dejando a juicio del lector la
facultad de decidir cómo concluye.
Un
final abierto es el de El coronel no tiene quien le escriba (1961), del
colombiano Gabriel García Márquez. Al final de la obra, el anciano
protagonista ha gastado todos sus ahorros en la adquisición de un gallo de
pelea, que deberá poner a prueba al cabo de unas semanas. Si el animal gana su
combate, el coronel podrá reparar su situación económica, mientras que si
pierde, será el final de toda esperanza. La historia acaba en ese punto, y deja
al lector que decida lo que pudo pasar; en realidad, lo que el escritor quería
contar ya ha sido narrado.
El final cerrado es
típico de los cuentos folclóricos, que suelen concluir con fórmulas como «…y
vivieron felices para siempre». Con ello, el narrador nos dice que no hay nada
más que contar, que no ocurrió nada notable en el resto de la vida de los
protagonistas. La acción se da por concluida y resuelta.