Fondo Musical.

jueves, 12 de mayo de 2016

BLOQUE N*_5




Bloque  5
Los antihéroes.



Los antihéroes.
En la prosa literaria del siglo XVI, cabe distinguir dos grandes corrientes: la narrativa idealista y la narrativa realista. Esta última tiene su mejor exponente en la no­vela picaresca. La narrativa idealista tiene como géneros representativos a la novela pastoril, la morisca y la bizan­tina. Junto a estos géneros destaca una obra singular: el Lazarillo de Tormes, germen de la novela picaresca.
Los géneros novelescos en auge durante el siglo XVI corrie­ron distinta suerte: mientras que la novela bizantina fue muy apreciada, la novela de caballerías y la pastoril des­aparecieron. La novela picaresca, por su par te, se afianzó.
Mención aparte merece la novela corta, muy apreciada a lo largo de todo el siglo y cultivada por autores como Miguel de Cervantes (Novelas ejemplares) y María de Zayas (Desengaños amorosos). La obra maestra de la narrativa de esta época es el Quijote, de Cervantes.
La literatura picaresca basó su originalidad en la crea­ción de un personaje con tintes atrevidos y nuevos, el antihéroe, una especie de héroe venido desde la cultura popular y que se contraponía a la hipocresía y vida fácil de los caballeros y nobles de la época.
Luego, el antihéroe cambió hasta convertirse en un per­sonaje del realismo grotesco mucho más crítico y que deformaba la realidad. Sin embargo, es en la picaresca donde el antihéroe cobró notoriedad, y en la que, con el recurso del humor y la ironía, era capaz de salvarse de las peripecias que le acontecían en la ficción al criticar a la sociedad rígida y a la vez caótica en que vivían sus autores.

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.



Alonso Quijano, fervoroso lector de novelas de caballería, cae en estado de locura debido a un exceso de este tipo de ficción. Este hidalgo pobre, de aproximadamente cincuenta años, se «ordena» caballero en una posada, que a sus ojos luce como un castillo, y jura ante el ventero socorrer a los desventurados en nombre de su bienamada señora, Dulcinea del Toboso, quien en realidad es una rústica campesina llamada Aldonza Lorenzo. Bajo el impulso de su delirio, arremete contra enemigos imaginarios, como los molinos de viento, a los que confunde con gigantes, y protagoniza curiosos incidentes acompañado por su fiel escudero, Sancho.
XXII
De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir.
Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manche­go, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e ima­ginada historia, que […] don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos. Venían asimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo con escopetas de rueda, y los de a pie, con dardos y espadas; y que así como Sancho Panza los vido, dijo:
—Esta cadena es de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.
—¿Cómo gente forzada? —preguntó don Quijote—. ¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente?
—No digo eso —respondió Sancho—, sino que es gente que por sus delitos va condenada a servir al rey en las ga­leras, de por fuerza.
—En resolución —replicó don Quijote—, como quiera que ello sea, esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad.
—Así es —dijo Sancho.
—Pues desa manera —dijo su amo—, aquí encaja la eje­cución de mi oficio: deshacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.
—Advierta vuestra merced —dijo Sancho— que la justi­cia, que es el mismo rey, no hace fuerza ni agravio a se­mejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos.
Llegó, en esto, la cadena de los galeotes, y don Quijote, con muy corteses razones, pidió a los que iban en su guar­da fuesen servidos de informalle y decille la causa o causas porque llevaban aquella gente de aquella manera. Una de las guardas de a caballo respondió que eran galeotes: gen­te de su Majestad que iba a galeras, y que no había más que decir, ni él tenía más que saber.


—Con todo eso —replicó don Quijote—, querría saber de cada uno dellos en particular la causa de su desgracia.
Añadió a estas otras tales y tan comedidas razones para moverlos a que le dijesen lo que deseaba, que la otra guar­da de a caballo le dijo:
—Aunque llevamos aquí el registro y la fe de las senten­cias de cada uno de estos malaventurados, no es tiempo este de detenernos a sacarles ni a leerllas: vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mesmos, que ellos lo dirán si quisieren; que sí querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías.
Con esta licencia que don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la cadena y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa. Él le respondió que por enamorado iba de aquella manera.
—¿Por eso no más? —replicó don Quijote—. Pues si por enamorados echan a galeras, días ha que pudiera yo estar bogando en ellas.
—No son los amores como los que vuestra merced piensa —dijo el galeote—; que los míos fueron que quise tanto a una canasta de colar atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuertemente, que a no quitármela la justicia por fuerza, aún hasta agora no la hubiera dejado de mi voluntad […]
Lo mesmo preguntó don Quijote al segundo, el cual no respondió palabra, según iba de triste y melancólico; más respondió por él el primero, y dijo:
—Este, señor, va por canario, digo por músico y cantor.
—Pues ¿cómo? —replicó don Quijote—. ¿Por músicos y cantores van también a galeras? […]
Mas uno de los guardas le dijo:
—Señor caballero, cantar en el ansia se dice entre esta gen­te non santa confesar en el tormento. A este pecador le die­ron tormento y confesó su delito, que era ser cuatrero, que es ser ladrón de bestias, y por haber confesado le conde­naron por seis años a galeras, amén de doscientos azotes, que ya lleva en las espaldas; y va siempre pensativo y triste porque los demás ladrones que allá quedan y aquí van le maltratan y aniquilan, y escarnecen, y tienen en poco, por­que confesó y no tuvo ánimo de decir nones. Porque dicen ellos que tantas letras tienen un no como un sí. […]
—Y yo lo entiendo así —respondió don Quijote.
El cual, pasando al tercero, preguntó lo que a los otros; el cual, de presto y con mucho desenfado, respondió y dijo:
—Yo voy por cinco años a las señoras gurapas por faltar­me diez ducados.
—Yo daré veinte de muy buena gana —dijo don Quijote— por libraros desa pesadumbre.
[…]
Pasó don Quijote al cuarto, que era un hombre de venera­ble rostro, con una barba blanca que le pasaba del pecho; el cual, oyéndose preguntar la causa porque allí venía, comenzó a llorar y no respondió palabra; mas el quinto condenado le sirvió de lengua, y dijo:
—Este hombre honrado va por cuatro años a galeras, ha­biendo paseado las acostumbradas, vestido, en pompa y a caballo.
—Eso es —dijo Sancho Panza—, a lo que a mí me parece, haber salido a la vergüenza.

—Así es —replicó el galeote—; y la culpa porque le dieron
esta pena es por haber sido corredor de oreja, y aun de
todo el cuerpo. En efecto, quiero decir que este caballero
va por alcahuete, y por tener asimismo sus puntas y collar
de hechicero.
—[…] Solo digo ahora que la pena que me ha causado ver
estas blancas canas y este rostro venerable en tanta fatiga,
por alcahuete, me la ha quitado el adjunto de ser hechicero.
Aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que
puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples
piensan; que es libre nuestro albedrío, y no hay yerba ni
encanto que le fuerce. […]
Tras todos estos venía un hombre de muy buen parecer,
de edad de treinta años, sino que al mirar metía el un ojo
en el otro un poco. Venía diferentemente atado que los
demás, porque traía una cadena al pie, tan grande que
se le liaba por todo el cuerpo […]. Preguntó don Quijote
que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más
que los otros. Respondiole la guarda: porque tenía aquel
solo más delitos que todos los otros juntos, y que era tan
atrevido y tan grande bellaco, que aunque le llevaban de
aquella manera, no iban seguros del, sino que temían que
se les había de huir.
—¿Qué delitos puede tener —dijo don Quijote—, si no
han merecido más pena que echalle a las galeras?
—Va por diez años —replicó la guarda—, que es como
muerte civil. No se quiera saber más sino que este buen
hombre es […] Ginesillo de Paradilla.
—[…] Señor caballero si tiene algo que darnos, dénoslo
ya, y vaya con Dios, que ya enfada con tanto querer saber
vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que soy Ginés
de Pasamonte, cuya vida está escrita por estos pulgares.
—Dice verdad —dijo el comisario—: que el mesmo ha escrito
su historia, que no hay más, y deja empeñado el libro
en la cárcel, en doscientos reales. […]
—Hábil pareces —dijo don Quijote.
—Y desdichado —respondió Ginés—; porque siempre las
desdichas persiguen el buen ingenio.
—Persiguen a los bellacos —dijo el comisario.
—Ya le he dicho, señor comisario —respondió Pasamonte—,
que se vaya poco a poco […].
Alzó la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte,
en respuesta a sus amenazas; mas don Quijote se puso
en medio, y le rogó que no le maltratase, pues no era
mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese
algún tanto suelto la lengua. Y volviéndose a todos los
de la cadena, dijo:
—De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos,
he sacado en limpio que, aunque os han castigado por
vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan
mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy
contra vuestra voluntad; y que podría ser que el poco ánimo
que aquel tuvo en el tormento, la falta de dineros déste,
el poco favor del otro, y, finalmente, el torcido juicio
del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición, y de no
haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades.
Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria,
de manera que me está diciendo, persuadiendo, y aun
forzando, que muestre con vosotros el efecto para que el
Cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él la orden
de caballería que profeso, y el voto que en ella hice
de favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores.
Pero, porque sé que una de las partes de la prudencia es
que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal,
quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean
servidos de desataros y dejaros ir en paz; que no faltarán
otros que sirvan al rey, en mejores ocasiones; porque me
parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza
hizo libres.
Cuanto más, señores guardas –añadió don Quijote-, que
estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá
se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo,
que no se descuida de castigar al malo, ni de premiar al
bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos
de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido
esto con esta mansedumbre y sosiego porque tenga, si lo
cumplís, algo que agradeceros; y cuando de grado no lo
hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo,
harán lo que hagáis por la fuerza.
—¡Donosa majadería! —respondió el comisario—, […]
¡Los forzados del rey quiere que le dejemos, como si tuviéramos
autoridad para soltarlos, o él la tuviera para
mandárnoslo! Váyase vuestra merced, señor, norabuena
su camino adelante, y enderécese ese bacín que trae en la
cabeza, y no ande buscando tres pies al gato.
—¡Vos sois el gato, y el rato, y el bellaco! —respondió don
Quijote.
Y, diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto, que,
sin que tuviese lugar de ponerse en defensa, dio con él en
el suelo, malherido de una lanzada; y avínole bien; que este
era el de la escopeta. Las demás guardas quedaron atónitas
y suspensas del no esperado acontecimiento; pero, volviendo
sobre sí, pusieron mano a sus espadas los de a caballo,
y los de a pie a sus dardos, y arremetieron a don Quijote,
que con mucho sosiego los aguardaba; y sin duda lo pasara
mal, si los galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía de
alcanzar la libertad, no la procuraran, procurando romper
la cadena donde venían ensartados. Fue la revuelta de manera
que las guardas, ya por acudir a los galeotes, que se
desataban, ya por acometer a don Quijote, que los acometía,
no hicieron cosa que fuese de provecho. […]—Así es —replicó el galeote—; y la culpa porque le dieron
esta pena es por haber sido corredor de oreja, y aun de
todo el cuerpo. En efecto, quiero decir que este caballero
va por alcahuete, y por tener asimismo sus puntas y collar
de hechicero.
—[…] Solo digo ahora que la pena que me ha causado ver
estas blancas canas y este rostro venerable en tanta fatiga,
por alcahuete, me la ha quitado el adjunto de ser hechicero.
Aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que
puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples
piensan; que es libre nuestro albedrío, y no hay yerba ni
encanto que le fuerce. […]
Tras todos estos venía un hombre de muy buen parecer,
de edad de treinta años, sino que al mirar metía el un ojo
en el otro un poco. Venía diferentemente atado que los
demás, porque traía una cadena al pie, tan grande que
se le liaba por todo el cuerpo […]. Preguntó don Quijote
que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más
que los otros. Respondiole la guarda: porque tenía aquel
solo más delitos que todos los otros juntos, y que era tan
atrevido y tan grande bellaco, que aunque le llevaban de
aquella manera, no iban seguros del, sino que temían que
se les había de huir.
—¿Qué delitos puede tener —dijo don Quijote—, si no
han merecido más pena que echalle a las galeras?
—Va por diez años —replicó la guarda—, que es como
muerte civil. No se quiera saber más sino que este buen
hombre es […] Ginesillo de Paradilla.
—[…] Señor caballero si tiene algo que darnos, dénoslo
ya, y vaya con Dios, que ya enfada con tanto querer saber
vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que soy Ginés
de Pasamonte, cuya vida está escrita por estos pulgares.
—Dice verdad —dijo el comisario—: que el mesmo ha escrito
su historia, que no hay más, y deja empeñado el libro
en la cárcel, en doscientos reales. […]
—Hábil pareces —dijo don Quijote.
—Y desdichado —respondió Ginés—; porque siempre las
desdichas persiguen el buen ingenio.
—Persiguen a los bellacos —dijo el comisario.
—Ya le he dicho, señor comisario —respondió Pasamonte—,
que se vaya poco a poco […].
Alzó la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte,
en respuesta a sus amenazas; mas don Quijote se puso
en medio, y le rogó que no le maltratase, pues no era
mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese
algún tanto suelto la lengua. Y volviéndose a todos los
de la cadena, dijo:
—De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos,
he sacado en limpio que, aunque os han castigado por
vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan
mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy
contra vuestra voluntad; y que podría ser que el poco ánimo
que aquel tuvo en el tormento, la falta de dineros déste,
el poco favor del otro, y, finalmente, el torcido juicio
del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición, y de no
haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades.
Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria,
de manera que me está diciendo, persuadiendo, y aun
forzando, que muestre con vosotros el efecto para que el
Cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él la orden
de caballería que profeso, y el voto que en ella hice
de favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores.
Pero, porque sé que una de las partes de la prudencia es
que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal,
quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean
servidos de desataros y dejaros ir en paz; que no faltarán
otros que sirvan al rey, en mejores ocasiones; porque me
parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza
hizo libres.
Cuanto más, señores guardas –añadió don Quijote-, que
estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá
se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo,
que no se descuida de castigar al malo, ni de premiar al
bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos
de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido
esto con esta mansedumbre y sosiego porque tenga, si lo
cumplís, algo que agradeceros; y cuando de grado no lo
hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo,
harán lo que hagáis por la fuerza.
—¡Donosa majadería! —respondió el comisario—, […]
¡Los forzados del rey quiere que le dejemos, como si tuviéramos
autoridad para soltarlos, o él la tuviera para
mandárnoslo! Váyase vuestra merced, señor, norabuena
su camino adelante, y enderécese ese bacín que trae en la
cabeza, y no ande buscando tres pies al gato.
—¡Vos sois el gato, y el rato, y el bellaco! —respondió don
Quijote.
Y, diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto, que,
sin que tuviese lugar de ponerse en defensa, dio con él en
el suelo, malherido de una lanzada; y avínole bien; que este
era el de la escopeta. Las demás guardas quedaron atónitas
y suspensas del no esperado acontecimiento; pero, volviendo
sobre sí, pusieron mano a sus espadas los de a caballo,
y los de a pie a sus dardos, y arremetieron a don Quijote,
que con mucho sosiego los aguardaba; y sin duda lo pasara
mal, si los galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía de
alcanzar la libertad, no la procuraran, procurando romper
la cadena donde venían ensartados. Fue la revuelta de manera
que las guardas, ya por acudir a los galeotes, que se
desataban, ya por acometer a don Quijote, que los acometía,
no hicieron cosa que fuese de provecho. […]

Y llamando a todos los galeotes, que andaban alborotados y habían despojado al co­misario hasta dejarle en cueros, se les pusieron todos a la redonda para ver lo que les mandaba, y así les dijo:
—De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud. Dígolo porque ya habéis visto señores, con manifiesta experiencia, el que de mí habéis recebido, en pago del cual querría, y es mi voluntad, que, […] os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso, y le digáis, y le contéis punto por punto todos los que ha tenido esta famosa aventura hasta poneros en la deseada liber­tad; y hecho esto, os podréis ir donde quiséredes, a la buena ventura.
Respondió por todos Ginés de Pasamonte, y dijo:
—Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposible de toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos, sino solos y divi­didos, y cada uno por su parte procurando meterse en las entrañas de la tierra, por no ser hallado por la Santa Hermandad, que, sin duda alguna, ha de salir en nuestra busca. […]
—Pues voto a tal —dijo don Quijote, ya puesto en cólera- […] don Ginesillo de Piropillo, o como os llaméis que habéis de ir vos solo, rabo entre piernas, con toda la cadena a cuestas.
Pasamonte, que no era nada bien sufrido, estando ya enterado que don Quijote no era muy cuerdo, pues tal disparate había acometido como el de querer darles libertad, vién­dose tratar de aquella manera, hizo del ojo a los compañeros, y apartándose aparte, comenzaron a llover tantas piedras sobre don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela; y el pobre de Rocinante no hacía más caso de la espuela que si fuera hecho de bronce. Sancho se puso tras su asno, y con él se defendía de la nube y pedrisco que sobre entrambos llovía. […]

Solos quedaron jumento y Rocinante, Sancho y don Quijote; el jumento, cabizbajo y pen­sativo, sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensando que aún no había cesado la borrasca de las piedras, que le perseguían los oídos; Rocinante, tendido junto a su amo, que también vino al suelo de otra pedrada; Sancho, desnudo, y temeroso de la Santa Hermandad; don Quijote, mohinísimo de verse tan malparado por los mismos a quien tanto bien había hecho.



La novela picaresca.
Las obras en contexto.
El período desde el siglo XVI al XVIII, minado de conflictos políticos y militares, es paradó­jicamente conocido como el Siglo de Oro Español, debido al esplendor cultural obtenido en las artes y humanidades. Ochenta y dos años transcurrieron entre la primera impresión del Lazarillo de Tormes (1533) y la publicación de la segunda parte de El Quijote de la Man­cha (1615). Durante ese lapso, la situación política, económica y social de España sufrió cambios radicales.
La crisis social .
Si bien durante esa época se mantiene la división me­dieval en estamentos —nobleza, clero y Estado llano—, aparecen cambios como consecuencia del movimiento de ascenso de la burguesía. En el estrato de la nobleza, se distingue entre grandes títulos, caballeros e hidalgos. El hidalgo empobrecido (como lo es don Quijote) goza todavía de ciertos privilegios de su clase, pero al no po­seer dinero, no tiene poder.
En toda Europa, la expropiación de tierras a los grandes feudos y la liberación del vasallo dejan al campesinado sin la protección del señor. Una parte importante de este sector social se convierte en «marginal». En España, las condiciones adversas en que viven los campesinos traen como consecuencia que los campos se despueblen y que grandes masas se trasladen a las ciudades. Desde fines del siglo XV y durante todo el siglo XVI, la legislación europea evidencia la necesidad de protegerse de estos vagabundos, pícaros y bandoleros.
Sumado a esto, en el siglo XVII la sociedad española sufrió una grave crisis demográfica como consecuencia de la expulsión de los moriscos (musulmanes españoles bautizados) y la mortalidad originada por las guerras continuas, las hambrunas y las pestes.
Esta época de ruptura del modelo medieval y nacimiento de la sociedad de clases y la economía capitalista provocó la aparición de obras que presentan diferentes versiones (de nostalgia, de denuncia, de renovación) acerca de la realidad circundante









La génesis de la novela moderna
La obra cumbre de Cervantes posee rasgos que la configuran como la primera novela moderna.
Una concepción novedosa del conflicto narrativo, que ahonda en la interioridad humana y en la dificultad de adaptarse al mundo real.
«No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo, y viva muchos años; porque la mayor locura, que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía».
El cambio de percepción con relación al material de la ficción descartando lo extraordinario y mostrando el destino de un personaje cotidiano en los asuntos del devenir diario.
«En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes […]».
La atmósfera realista configurada por las descripciones de los espacios, los objetos y los tipos humanos y sus comportamientos.
«[…] Tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar, hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo, harto más que las lagunas de Ruidera, que en la Mancha habían visto; vieron las galeras que estaban en la playa, las cuales, abatiendo las tiendas, se descubrieron llenas de banderas y faroles, que tremolaban al viento […]».
La pluralidad lingüística (diversidad de voces, registros y sociolectos) que muestran la variedad de perspectivas sobre el mundo.
«Malas ínsulas te ahoguen respondió la sobrina, Sancho maldito. ¿Y qué son ínsulas? ¿Es alguna cosa de comer, golosazo, comilón que tú eres?».
La unidad de acción en torno a un personaje que permite superar la acumulación de episodios en una serie enumerativa, habitual en la picaresca y las novelas de caballería.
«Cuenta Cide Hamete Benengeli en la segunda parte desta historia, y tercera salida de don Quijote, que el cura y el barbero se estuvieron casi un mes sin verle, por no renovarle y traerle a la memoria las cosas pasadas; pero no por esto dejaron de visitar a su sobrina y a su ama […]».
La inclusión de otros géneros literarios (novela de caballería, pastoril, picaresca) y formatos populares (refranes) en un nuevo contexto, en este caso, con un propósito paródico.
«[…] y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primer molino […]».



Autores y obras clave.

Miguel de Cervantes
Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá de Henares en 1547. Tuvo una existencia colmada de aventuras y percances: participó en la batalla de Lepanto (1571), lance que lo dejó imposibilitado de la mano izquierda; padeció cautiverio en Argel; se estableció en Sevilla como recaudador de impuestos, y la quiebra del banco donde guardaba las recaudaciones le llevó a pasar tres meses en la cárcel. Finalmente, volvió a Madrid, donde murió en 1616.
Cervantes es una figura cumbre de la literatura universal. Su obra maestra, el Quijote, se ha traducido a numerosas lenguas y algunos de los personajes creados por él se han con­vertido en prototipos de la condición humana.
La producción literaria de Cervantes es extensa y abarca diversos géneros, entre los que destacan el dramático y, sobre todo, el narrativo.

Comedias. Destacan las comedias de cautivos
como Los tratos de Argel o Los baños de Argel
y las comedias de costumbres y enredo
entre las que se cuentan Pedro de Urdemalas o La entretenida.
Entremeses. Los entremeses eran piezas de carácter có­mico que se representaban en los entreactos de las obras de mayor duración. Cervantes compuso ocho obras en prosa y en verso. En ellas acudió a los tipos y temas del entremés anterior
pero supo dar al género una profun­didad enteramente nueva basada en buena medida en la multiplicidad de significados que encierran sus obras.
La Numancia. En esta obra se dramatiza el cerco a la ciudad ibera que llevan a cabo los romanos y la defen­sa heroica de sus habitantes
quienes finalmente deciden matarse entre sí. Es pieza de protagonismo colectivo
en la que sitiadores y sitiados se presentan como modelos de comportamiento militar.
Novela. Cervantes ensayó la mayoría de los géneros no­velescos de su tiempo: la novela pastoril
la bizantina
la novela corta y los libros de caballerías. En todos ellos abrió nuevos caminos.
El género pastoril. La primera novela de Cervantes
La Galatea
fue una novela pastoril. Dividida en seis libros
contiene ingredientes diversos de acuerdo con las caracte­rísticas del género: una narración amorosa
disquisiciones teóricas sobre el amor
una extensa antología poética
dis­cusiones sobre poesía
crítica literaria
entre otros.

















Las Novelas ejemplares.


Esta obra se publicó en 1613. Se trata de una colección de doce novelas cortas: La gitanilla, El amante liberal, Rin­conete y Cortadillo, La española inglesa, El licenciado Vidriera, La fuerza de la sangre, El celoso extremeño, La ilustre fregona, Las dos doncellas, La señora Cornelia, El casamiento engañoso y El coloquio de los perros (estas dos últimas, en realidad, forman una sola novela).
En el prólogo, el propio Cervantes encarece la novedad que supone su obra en el panorama de la literatura española.
Con respecto a la tradición de la novela breve europea, que tiene su más destacado representante en el Decamerón de Boccaccio, la obra de Cervantes se distingue por prescindir del marco narrativo en el que se insertaban los relatos y por conceder una mayor atención a la caracterización psi­cológica de los personajes. Otro rasgo peculiar es el propó­sito moralizante que explica el apelativo de «ejemplares».

Heles dado nombre de ejemplares
y si bien lo miras
no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso; y si no fuera por no alargar este sujeto
quizá te mostrara el sabroso y honesto fruto que se podría sacar
así de todas juntas como de cada una de por sí.

[…] yo soy el primero que he novelado en lengua castellana
que las muchas novelas que en ella andan impresas todas son traducidas de lenguas extranjeras
y estas son mías propias
no imita­das ni hurtadas: mi ingenio las engendró
y las parió mi pluma
y van creciendo en los brazos de la estampa
.

Poemas.

Poemas morales
En este extenso grupo, en su mayoría sonetos, el poeta reflexiona sobre las virtudes, los vicios, la riqueza, la fortuna, el poder, entre otros.
Poemas religiosos
Es un grupo de poemas dedicados principalmente a pa­sajes o personajes del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Poemas de circunstancia
Destacan los poemas panegíricos y funerarios dedicados a personajes del pasado y del presente. Son interesantes también las silvas (al inventor de la artillería, al descu­brimiento de los restos de un rey, al reloj de arena, etc.).
Poemas metafísicos
Se denomina así a un tipo de composiciones en las que se medita sobre la existencia humana. La breve­dad de la vida, la fugacidad del tiempo o la acepta­ción de la muerte son temas habituales. La forma más común es el soneto.
Poemas amorosos
Quevedo compuso numerosos poemas de amor, entre los que se incluye un ciclo dedicado a una dama des­conocida que recibe el nombre de Lisi. Intentó Queve­do renovar la lírica amorosa renacentista por dos ca­minos distintos: mediante hipérboles que intensifican las imágenes y por medio de una vuelta a la violencia afectiva del llamado «amor cortés».
Poemas satíricos
Quevedo sintió especial gusto por la sátira, en la que podía desplegar con mayor libertad sus experimen­tos verbales y poner de manifiesto los defectos de la sociedad. Cualquier ser animado, oficio, actitud o si­tuación puede ser objeto de su sátira, habitualmente compuesta en sonetos, letrillas y romances. He aquí un ejemplo.


Los antihéroes evoluciona.

Con el paso del tiempo, la literatura picaresca fue evolucionando y modificándose hasta dar nueva forma al antihéroe, mucho más fuerte en sus peripecias y en la exageración de sus acciones. El contexto histórico era el feudal, con una división social rígida y liderada por la nobleza, el clero y los funcionarios públicos, mientras que los campesinos estaban relegados y los mendigos, vagabundos y villanos, prácticamente, olvidados. En ese ambiente del siglo XVI, se desarrolló el realismo grotesco, que comenzó en la pintura y, luego, se extendió a la literatura, y cuya expresión eran obras raras, feas, desordenadas y monstruosas.
En el siglo XVII, lo grotesco rechazó las normas artísticas establecidas en dicha época, mu­cho más conservadoras y lineales, pero, además, a lo grotesco se lo entendía como algo cómico e incluso ridículo. La gran diferencia con la literatura picaresca es que lo grotesco no posee un propósito moral, ni se plantea una estructura formal demasiado rígida; más bien, se vale de la caricatura y profundiza en la concepción de lo popular desde el punto de vista de la fiesta, del carnaval, de la algarabía, de donde surgen los dramas y la crítica social.


Características de lo grotesco.


El realismo
La novela picaresca permitió que los autores se valie­ran de su contexto o entorno para escribir sus historias; predominaron los lugares e incluso los personajes de la vida real para plasmarlos en el papel. El realismo dio paso a lo que se conoce como realismo grotesco.
Realismo grotesco
El realismo y lo grotesco se sirven del humor. Sin embar­go, en lo grotesco la comicidad se da por la exageración de la fealdad, por hacer hincapié en lo monstruoso de la vida cotidiana y por la sobreexpresividad de los per­sonajes y las acciones.
Lo cómico
En lo grotesco, la risa surge desde el descontrol y la al­garabía de lo popular, expresados con énfasis en situa­ciones graciosas y absurdas, siempre desde el plano de lo estéticamente desagradable para la época.
Hipérbole
En la tragedia, las situaciones se resolvían con dolor y con la muerte, mientras que en la comedia el héroe cómico resolvía la situación con ideas fantásticas.
Lo esperpéntico
Se considera un paso adelante con relación a lo grotes­co. Nació por la influencia del escritor español Ramón María del Valle-Inclán, quien trató de llevar lo grotesco a un punto culminante, respetando la estructura clási­ca de la escritura. Del Valle-Inclán explicaba así su pro­pósito: «El mundo de los esperpentos es como si los héroes antiguos se hubiesen deformado en los espejos cóncavos de la calle, con un transporte grotesco, pero rigurosamente geométrico. Y estos seres deformados son los héroes llamados a representar una fábula clási­ca no deformada. Son enanos y patizambos que juegan una tragedia».
La diferencia
Lo esperpéntico se basa en el tremendismo se defor­ma la realidad, aparecen pesadillas e imágenes oníricas, se resquebraja la cotidianidady ya no solo en lo feo y cómico. Años después, el tremendismo se convirtió en un género por sí mismo.



Estructura y elementos narrativos.

Introducción .
Toda narración cuenta una historia, y esa historia está integrada por una serie de acciones que realizan o experimentan los personajes. Por lo general, las narraciones suelen presen­tar un cambio de fortuna, el tránsito desde un estado de cosas inicial hacia una nueva situación; por ejemplo, los cambios que sufre la vida de un grupo de jóvenes internos en el colegio militar Leoncio Prado tras la muerte de uno de ellos, tal como se cuenta en La ciudad y los perros (1963), del peruano Mario Vargas Llosa.
La trama narrativa .
Toda narración avanza mediante el paso de unas acciones a otras. En este sentido, resulta fundamental el modo en que el autor vincula entre sí las diversas acciones, desde el prin­cipio hasta el final de la obra. Esa estructura de acontecimientos diseñada por el escritor, que los lectores recorremos de la primera a la última página del cuento o la novela que estamos leyendo, recibe el nombre de trama.
A la trama, o sucesión de acciones tal como se presentan cuando la leemos, cabe exigirle ciertos requisitos para que resulte satisfactoria. El más importante es el de verosimilitud: las acciones y el modo en que se encadenan entre sí deben ser creíbles. Para ello, el escritor debe recurrir a los principios de necesidad y causalidad, de manera que los acontecimientos que suceden en su relato resulten admisibles y no parezcan descabellados o ilógicos. Ima­ginemos una novela policíaca en la que el misterio se resuelve de una manera inadecuada, incurriendo en contradicciones o dejando hechos por explicar: la obra no alcanza adecua­damente sus objetivos porque la trama no ha sido elaborada de la forma apropiada.
Otro elemento importante es el que los clásicos llamaban decoro; es decir, la relación entre lo que se puede esperar de los personajes y lo que estos efectivamente hacen. Cuando leemos la célebre aventura de don Quiote y los molinos de viento, no encontramos en ella nada que la haga entrar en contradicción con lo que llevamos visto hasta ese momento. Los hechos son extrañísimos, pero resultan verosímiles, porque el autor ha presentado a su protagonista como un loco capaz de hacer cosas como esa y aún más exageradas. Alguien que ha perdido el juicio leyendo libros de caballerías, en los que aparecen terribles gigantes puede, perfectamente, transformar los molinos de viento en esas criaturas fan­tásticas. El autor respeta el decoro, no hace que su personaje actúe de un modo distinto a como cabe esperar de él, y de ese modo el pasaje es admisible para los lectores.
El final de una narración.
Del mismo modo que existe un amplio repertorio de principios narrativos, los narradores también disponen de varias estrategias para concluir. En general, podemos distinguir en­tre los relatos que se acaban cuando la historia alcanza su resolución y los que llegan a su final antes de que la historia esté completamente resuelta, dejando a juicio del lector la facultad de decidir cómo concluye.
Un final abierto es el de El coronel no tiene quien le escriba (1961), del colombiano Ga­briel García Márquez. Al final de la obra, el anciano protagonista ha gastado todos sus ahorros en la adquisición de un gallo de pelea, que deberá poner a prueba al cabo de unas semanas. Si el animal gana su com­bate, el coronel podrá reparar su situación económica, mientras que si pierde, será el final de toda esperanza. La historia acaba en ese punto, y deja al lector que decida lo que pudo pasar; en realidad, lo que el escritor quería contar ya ha sido narrado.
El final cerrado es típico de los cuentos folclóricos, que suelen concluir con fórmulas como «…y vivieron felices para siem­pre». Con ello, el narrador nos dice que no hay nada más que contar, que no ocurrió nada no­table en el resto de la vida de los protagonistas. La acción se da por concluida y resuelta.






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